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 Presentación El mundo de Enid: Josefina Muñoz

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5 de octubre de 2018

La novela de aventuras tiene una larga vida: desde Homero en el siglo VIII AC, y luego Cervantes, Dickens, Defoe, Verne, Salgari, Carroll, Tolkien, Rowling, y tantos otros, que han continuado alimentando de manera importante nuestra pasión por la lectura y la escritura. Quizás continuamos leyendo novelas de aventuras porque pueden devolvernos aquellas utopías que no fueron posibles, pero que podrían llegar a serlo algún día, en la medida que la escritura intente una y otra vez incorporarlas a nuestras vidas cotidianas de una manera distinta a la de las mercancías que ofrece la industria de la cultura que ya denunciaba Adorno a mediados del siglo 20 y que hoy parece invadirnos. Sin duda, y de manera importante, la escritura y la lectura mantienen viva la esperanza de que alguna vez las utopías anheladas -los sueños-  llegarán a ser reales.

Georg Simmel, lúcido ensayista del arte y la cultura del siglo 19, señala que la aventura produce un efecto de extrañeza, porque si bien nace en la cotidianeidad, se separa de ella, esa en la que todos vivimos, creando una especie de mundo paralelo que rompe con las rutinas y, mágicamente, nos transporta a sueños que no sabíamos que queríamos soñar, y que irán sumando algo nuevo al ser que éramos antes de vivirla. Estamos solos, escuchamos que una puerta rechina, nos llega un mensaje citándonos a un encuentro inesperado, es medianoche y suena una alarma inquietante…

La novela de aventuras se caracteriza por varios elementos comunes y presentes, a veces todos, a veces algunos, y entre ellos: grandes dificultades que provienen de la naturaleza o de las fuerzas antagónicas o de algo que está por descubrirse aún; la maldad y crueldad de los seres humanos, que pareciera ser algo inherente a su condición; el surgimiento de héroes capaces de arriesgar sus vidas por una causa que consideran justa; un viaje imperioso que da inicio a la búsqueda; un final feliz que hará también felices a sus lectores y les devolverá las esperanzas perdidas.

Héroes y heroínas son protagonistas de dichas novelas, y enfrentan los desafíos como Sandokán, como el capitán Nemo, como Robinson, como Alicia, como Harry Potter. A través de ellos podemos vivir otras vidas, lejos de nuestra cotidianeidad a veces agobiante, desesperanzada, rutinaria, sin lazos con los anhelos de cambio. Al menos por algún tiempo podemos apoderarnos de algunos rasgos arquetípicos y, con suerte, pensar que sí hay posibilidades de algo mejor. Estas lecturas nos permiten saber que nadie nace héroe, sino que un acontecimiento de la vida cotidiana despierta la necesidad de actuar para terminar con aquello que se percibe injusto, malo, inmerecido, innecesario. Desde allí se irá construyendo quien desterrará el mal y alcanzará el bien deseado, por tanto, cada uno de nosotros podría llegar a serlo.

Todos los escritores nombrados al inicio incorporan temas políticos en sus escritos: Salgari es profundamente anticolonialista y en sus obras asistimos a la denuncia y combate contra la sangrienta dominación inglesa; Verne es crítico de una sociedad que aprecia deshumanizada y piensa que el humanismo burgués, la tecnología, la ciencia, son motores de salvación, aunque sabe que esta última si bien puede ayudar al ser humano, también puede destruirlo. “El mundo de Enid” remite a luchas sociales y políticas del pasado contra sistemas dictatoriales e irrupciones de las fuerzas del mal, las fuerzas oscuras, en un presente que pareciera haber acabado con ellas, pero no es así: entonces, se necesitan personas dispuestas a enfrentarlas y a recomenzar esa aventura siempre inacabable, que comenzarán con un viaje y acabarán solo cuando consigan el fin deseado.

En las últimas décadas hemos asistido a una explosión creadora en el mundo y en nuestro país, de novelas, relatos, poemas, dirigidos objetivamente al público infantil y juvenil, pero igualmente apreciados por lectores adultos, en tanto son gran literatura, y tienen la capacidad de traernos, desde ángulos muy diferentes, temáticas presentes en el discurso social, como las diferencias de todo tipo, la necesidad de respeto por el otro, la muerte, el exilio, nuevas visiones de la historia. Como ejemplo de escritores chilenos, Miguel Vera publicó el año 2015 “1946, Nazis en Chiloé”, donde, desde Quellón, un héroe chilote logra impedir la resurrección del Reich en Latinoamérica, luego de desafiar incontables peligros y vivir aventuras que parece que nunca terminarán, pero que tienen un final feliz, como corresponde al género.

La novela que presentamos tiene entre sus principales personajes a Enid, bella adolescente de 15 años, para la que esta aventura significará una especie de rito de paso hacia la adultez y que, sospechamos, algún día desempeñará el rol de su abuelo; ella va a pasar un tiempo a la cabaña de su adorado tataratatarabuelo, Juan Arestizábal, 130 años, reconocido héroe de la Guerra Larga, luchador incansable contra las injusticias, activo y vital, custodio también de secretos que, de ser descubiertos, podrían hacer peligrar la paz mundial alcanzada con tantos sacrificios y pérdida de vidas humanas. Es un personaje de mucho humor, y también un viejo cascarrabias, que adora a su nieta y espera que siga sus pasos. Roberto Marambio, androide que Juan regala a Enid para que sea su compañero y cuidador, invencible, encantador, capaz de penetrar todos los sistemas de seguridad del planeta, lo que lo convertirá en una pieza clave para descubrir los siniestros planes en desarrollo y alcanzar exitosamente el final deseado. Joachim Benguria, joven e inteligente policía, que despertará el amor de Enid y llevará a cabo la conducción de las investigaciones hasta descubrir la red de implicados. Y como sabremos pronto, el malo es GÉNESIS, organización que ha renacido y extendido sus tentáculos hacia diferentes lugares del mundo; Lincoyán Bermúdez es uno de los tantos agentes, nieto de otro malo del pasado, que fue derrotado hace muchas décadas por Juan.

Esta resurrección del mal hará imperiosa la aparición de nuevos héroes, para mantener lo que realmente importa: el amor, la solidaridad, la sabiduría, la capacidad de crear. Un mundo utópico, siempre amenazado por quienes añoran las desigualdades, los privilegios, el abuso, el crimen…

El lugar de partida de la gran aventura será la cabaña de Juan, donde detona una bomba y luego se encuentra una carta que le dice que debe abandonar la cabaña si no quiere que pasen cosas peores. El lugar preciso es Nueva Bilbao de Gardoqui, Constitución para quienes no conocen su antiguo nombre, región del Maule y lugar de inestimable valor, entre otras razones, porque allí nació Diego. Previo al capítulo inicial, unas palabras orientan al lector: todo sucede 50 años adelante, 2068, y debemos cerrar los ojos para luego abrirlos, leer y soñar.

La novela incorpora elementos de la ciencia ficción, y conviven de manera sorprendente elementos de la vida cotidiana del más remoto pasado, con otros que aún no conocemos. Por ejemplo, permanece el mísero Rodoviario actual, junto al tren suboceánico que viaja bajo la cordillera y el Atlántico, llegando a Europa en tres horas: un nuevo Nautilus, pero al que se llega en el mismo bus destartalado que serpentea por los pueblitos maulinos. El arrollado de la zona sigue siendo un manjar indiscutible y no hay píldoras ni concentrados vitamínicos para los personajes, que también beben y celebran con deleite los mostos de la zona. El androide, Roberto, desconoce el mandamiento que les impide dañar a un ser humano, malo o bueno, y no duda en triturar la mano de Lincoyán Bermúdez para que sepa lo que le espera si no habla. Los procedimientos policiales para hacer hablar a los malos incluyen amenazas y extorsiones variadas, nada muy diferente a lo que conocemos. Los diarios subsisten impresos y El País de España se usa como elemento de reconocimiento entre los agentes de Génesis.

Se inicia el gran viaje con destino a Madrid y se van sucediendo las aventuras, los descubrimientos, los tropiezos, los peligros, con agilidad y humor, con diálogos que nos inquietan, nos hacen reír, pensar y confrontar nuestras propias vidas y utopías perdidas, olvidadas, recuperadas, en una historia cuyo final es siempre provisorio, porque sabemos que pronto se iniciará otro capítulo en que todo recomenzará, solo que desde otro momento y lugar. Esto también es parte de la clásica novela de aventuras, ya que en sus inicios eran entregadas como folletines que astutamente terminaban en un momento culminante y al desesperado lector solo le quedaba aguardar hasta la próxima entrega.

La literatura ilumina el mundo de nuestra vida, y abre caminos nuevos e interminables hacia otros mundos, externos o internos, desde los cuales las vidas personales, el ser que somos, el que queremos ser, se arma y se desarma desde el poder de las palabras. Como don Quijote, necesitamos que la vida cotidiana sea interrumpida y transformada por la aventura, ya no concebida como algo que ofrece el mercado en un esquema en que la sociedad se compone de vendedores y compradores, alejados de cualquier valor humano.

“El mundo de Enid” hace renacer el deseo de aventuras, nos muestra que es posible y necesario seguir luchando por tiempos mejores, por democracia, por igualdad, por solidaridad, por alcanzar mayores grados de humanidad, por un mundo sin guerras despiadadas como las actuales. Nos hace también desear que continúe con nuevas hazañas de sus protagonistas, que Juan se convierta en inmortal, que Enid siga desplegando su vida, que el androide nos sorprenda siendo más que humano e impulse otros desafíos que vuelvan a poner en movimiento aventuras que nos cautiven.

Y hace justamente treinta años votamos en contra

contra de la dictadura, iniciando una aventura que aún no termina.